Al iniciar una reforma, la atención suele centrarse en lo que se ve: suelos, cocina, baños, pintura, distribución… Sin embargo, hay una parte esencial de la vivienda que queda oculta tras las paredes y que es igual de importante para vivir con comodidad y seguridad: las instalaciones.
La electricidad y la fontanería son el esqueleto funcional de una casa. Son las infraestructuras que permiten que todo lo demás funcione correctamente. Por eso, si vas a reformar (aunque sea de forma parcial), es el mejor momento para revisar su estado y, si es necesario, renovarlas.
¿Por qué merece la pena revisar las instalaciones durante una reforma?
Reformar implica abrir paredes, cambiar revestimientos, redistribuir espacios. Todo eso afecta directamente al trazado de cables, tubos y desagües. Aprovechar esa intervención para revisar (y renovar si procede) las instalaciones es una decisión inteligente: ahorrarás tiempo, dinero y muchos quebraderos de cabeza en el futuro.
¿Tu instalación tiene más de 20 años? Entonces es momento de mirar dentro
Las instalaciones eléctricas y de fontanería tienen una vida útil limitada. En general, se considera que a partir de los 20-25 años su rendimiento se reduce y aumentan los riesgos: fugas, humedades, pérdidas de presión, cortocircuitos, calentamientos, fallos de aislamiento…
Además, los materiales con los que se construían antiguamente —como tuberías de plomo, cobre corroído o cables sin protección adecuada— pueden no cumplir con la normativa vigente o incluso resultar peligrosos.
En el caso de la instalación eléctrica, el Reglamento Electrotécnico de Baja Tensión (REBT) establece los requisitos mínimos de seguridad, distribución y protección para garantizar un uso eficiente y sin riesgos. En fontanería, el Código Técnico de la Edificación (CTE), especialmente sus documentos HS 4 y HS 5, regula aspectos como la calidad del agua, la evacuación y el diseño de las redes interiores.
Viviendas antiguas ≠ hogares actuales
La forma en la que usamos nuestras viviendas ha cambiado mucho. Antes bastaban un par de enchufes por estancia; hoy necesitamos puntos de carga, iluminación flexible, electrodomésticos conectados, grifos termostáticos o duchas de gran caudal. En muchos casos, las instalaciones antiguas no están preparadas para soportar estas exigencias.
Reformar no solo es una oportunidad para renovar lo que está mal: también es el momento de adaptar las instalaciones a tus nuevas necesidades y anticiparte al futuro.
Problemas comunes que pueden pasarte desapercibidos
A veces los fallos no son evidentes hasta que ya es tarde. Una instalación eléctrica puede parecer que “funciona”, pero tener sobrecargas frecuentes o un sistema de protección inadecuado. Lo mismo ocurre con la fontanería: tuberías viejas pueden acumular cal, reducir el caudal o provocar pequeñas fugas invisibles que, con el tiempo, dañan la estructura de la vivienda.
Por eso es tan importante una revisión profesional antes de cerrar paredes o colocar nuevos revestimientos. Un diagnóstico a tiempo permite actuar con criterio y evitar intervenciones posteriores mucho más costosas.
¿Vale la pena renovar aunque no haya fallos visibles?
Sí. De hecho, ese es el mejor momento. Cuando no hay averías ni urgencias, puedes planificar con calma y hacer las cosas bien.
Renovar las instalaciones es una inversión a largo plazo: reduce riesgos, mejora la eficiencia, aumenta el valor de la vivienda y permite adaptarla a los estándares actuales. Además, garantiza el cumplimiento de la normativa vigente y facilita la obtención de los certificados requeridos si fuera necesario legalizar la reforma.
Y, sobre todo, te permite vivir con mayor tranquilidad, sabiendo que lo esencial está bien resuelto.