Diseñar un dormitorio infantil no es solo elegir colores suaves y muebles pequeños. Desde el estudio, lo entendemos como la creación de un entorno pensado para acompañar el crecimiento, adaptarse a nuevas etapas y responder a las necesidades reales de cada familia. Jugar, descansar, aprender, imaginar… todo eso ocurre aquí.
¿Cómo lograrlo? Con planificación, sentido común y algunas decisiones inteligentes desde el principio.
Diseñar con visión de futuro
Cuando se diseña una habitación para un bebé, es muy tentador dejarse llevar por lo adorable: cunas de diseño, papeles pintados con motivos infantiles, muebles muy temáticos… Pero la infancia pasa rápido, y lo que hoy encaja perfectamente, puede quedar obsoleto en poco tiempo.
Por eso, recomendamos optar por una base neutra: una buena distribución, mobiliario de calidad y soluciones de almacenaje que funcionen en distintas etapas. Los toques infantiles se pueden incorporar con textiles, láminas o detalles que sean fáciles de actualizar.
TIP de estudio: si compras una cuna, asegúrate de que sea convertible o al menos que permita transformarla. Lo mismo con una cómoda: si el cambiador se puede retirar más adelante, tendrás un mueble útil muchos años.
Mobiliario que acompaña, no limita
Una cama baja tipo Montessori puede ser una buena opción para las primeras etapas, sobre todo si se fomenta la autonomía. Pero si se apuesta desde el inicio por una cama modular (por ejemplo, una cama nido con cajones o extensible), ganamos en funcionalidad y evitamos cambios prematuros. Todo depende del ritmo y necesidades de la familia.
Trabajamos siempre con medidas reales, analizando cómo crecen los niños y cómo cambia su relación con el espacio. Un armario puede incorporar ahora estantes bajos para que el peque acceda solo, y más adelante adaptarse a una distribución más propia de un preadolescente.
Colores, luz y materiales que acompañan su ritmo
En lugar de crear un dormitorio completamente rosa o azul, apostamos por paletas suaves, naturales y versátiles. Colores como el verde salvia, el arena o el blanco roto aportan calma, combinan fácilmente con distintos estilos y permiten cambiar el aspecto del cuarto con muy poco.
La luz es otro factor clave. Siempre que sea posible, aprovechamos la luz natural al máximo. Y si no, trabajamos la iluminación en capas: una luz general cálida, una de apoyo para lectura y otra decorativa o de noche. Así conseguimos que el dormitorio funcione tanto para jugar como para relajarse.
En cuanto a materiales, buscamos siempre acabados resistentes y seguros. Pinturas lavables, textiles duraderos, muebles sin cantos afilados… porque sabemos que un cuarto infantil tiene que aguantar mucho trote.
Orden sin peleas: almacenaje bien pensado
Juguetes, libros, disfraces, construcciones, peluches… El caos forma parte de la infancia, pero el espacio debe estar preparado para gestionarlo. Planteamos almacenaje accesible para los más pequeños (cajas, cestos, cajones bajos), pero también armarios que sirvan más adelante.
En algunos casos, puede plantearse una zona de almacenaje bajo la ventana, como un banco con baúl. Eso sí, siempre valoramos previamente la altura del hueco y si existe riesgo de caída. Cuando se instala un banco en este punto, recomendamos incorporar un sistema de seguridad infantil para ventanas: bloqueadores o limitadores de apertura que impidan que se abran más de unos pocos centímetros, sin necesidad de cerramientos complejos. Es una solución sencilla, homologada y muy eficaz.
Un cuarto con personalidad propia
Aunque sea una habitación infantil, no tiene por qué parecer un decorado. Incluir objetos que tengan un significado para la familia, dibujos del niño enmarcados, una lámpara heredada o una alfombra elegida juntos puede hacer que el espacio se sienta realmente suyo.
Nuestra filosofía es clara: acompañar al niño en sus distintas etapas sin forzar estéticas pasajeras ni montar una habitación de revista que no se vive con libertad. La clave está en encontrar el equilibrio entre diseño, funcionalidad y emoción.